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Búsqueda con signos vitales



En la mente hay tantos espacios en blanco que desconocemos como lugares en la tierra sin explorar, esos que ansían llenarse de voces en pleno silencio y de formas estando vacíos, volviéndose cada vez más tenues rozando lo invisible, cazando algún estímulo que no esté en cautiverio o algún método que evite su definitiva extinción. Ni hablar de las áreas del subconsciente de acceso restringido, esas se enraízan y se explayan por todas las memorias, no aportan nada más que ruido, nos gritan “hoy no, mañana tampoco” y muchas veces nos fija en una continua postergación, totalmente ignorantes de nuestra complicidad.


Cuando los caminos se saturan de imágenes, el tráfico de pensamientos ralentiza las acciones y el cuerpo se paraliza a la espera de una sensación de seguridad por más incierta que sea, y es que a veces crear algo surreal es lo que más nos hace sentir reales.


La imaginación es esencial porque la realidad ya es bastante estigmatizada y como no podemos andar por la vida sin un objetivo, ideamos el que mejor se acopla a la distorsionada percepción que se tiene de “ser” alguien con ese deseo de serlo estando “feliz” y bajo la tutela de unos cuantos cobres o maestros o hasta objetos inanimados. Aquí es donde las palabras y los gestos cobran más significado, desafían toda lógica, la calidad defiende su puesto ante la cantidad y la autogestión es el pan de cada día.


Pero, ¿y cuando no hay imaginación que cubra estos espacios en blanco? Allí es cuando la inspiración juega un papel protagonista. Es la musa que no sólo decora los rincones donde sólo había acumulación, es la tentación que susurra piropos al aire, es la carcajada que celebra los errores, la alarma que te invade de canciones, la travesía que te enseña nuevos atajos y esa que, si no te prende las ideas, al menos te las acomoda. Esa compañera que te sopla las respuestas del examen y te anima a terminar lo que empezaste, de la que nacen las criaturas y por la que mueren las premuras.


Hay que darle prioridad a inspirarse cuando nos sentimos chiquitos y efímeros —que sí lo somos, pero casi nunca nos importa— en esas noches donde escarbamos la oscuridad del cielo como la profundidad del cuerpo. Hay que llenarse de gozo incluso haciendo el oficio más minúsculo y no sentirse intrascendente después, el truco está en saber bien cómo inspirarse para no conformarse e irse inflando el pecho de a poquito, sólo no demasiado, no nos queremos romper más.

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