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La escritura como profesión y el valor de la literatura




La escritura es una de las actividades más antiguas del ser humano. Históricamente, la profesión de escritor ha estado reservada para aquellos capaces de dedicar su tiempo y esfuerzo a la producción de novelas, obras de teatro y otros textos. Las grandes casas editoriales y los editores siempre han tenido un papel importante en la selección de libros que se publican y aquellos que son rechazados, y en la forma en que los primeros se distribuyen y promocionan. La suma de estos actores y su riguroso trabajo conjunto es la que ha dado forma a la industria editorial de la actualidad.


Sin embargo, con el advenimiento de la era digital, las cosas han comenzado a cambiar. Internet ha creado nuevas oportunidades, y la revolución de la autoedición ha hecho que sea más fácil que nunca publicar los trabajos. Al mismo tiempo, las redes sociales han dado lugar a una nueva generación de escritores, más preocupados por crear contenido que sea compartible y atractivo, que por la perfección literaria. Esto no quiere decir que la escritura literaria ya no sea importante. Por el contrario, en un mundo donde estamos bombardeados con contenido de todas las direcciones, es más importante que nunca poder producir piezas reflexivas y bien escritas que puedan atravesar el ruido existente.


Tradicionalmente, la palabra "escritor" evocaba imágenes de una persona sentada, completamente sola, en medio de una habitación desordenada, escribiendo su próxima novela poemario. Y es que, hasta mediados del siglo XX, la carrera de escritor significaba casi siempre ser periodista en una de las pocas grandes áreas metropolitanas. Muchas ciudades pequeñas e incluso algunos suburbios tenían su propio periódico, pero servían sobre todo como plataformas publicitarias para las empresas locales. Había muy pocas organizaciones que contrataran a escritores para idear nuevos conceptos, redactar documentos o hacer discursos. Sin embargo, los tiempos han cambiado mucho desde ese lejano horizonte.


Con el surgimiento de innumerables herramientas digitales se han creado nuevos caminos para la publicación de contenido literario. Un ejemplo de ello son las redes sociales, así como también los correctores de estilo, los portales de lectura y publicación gratuita y las plataformas con inteligencia artificial aplicada a la producción lingüística. Esta transformación ha sido impulsada por las necesidades cambiantes de personas y organizaciones por igual. En un mercado cada vez más competitivo, existe una necesidad de publicar contenido fresco e interesante, que ayude a destacar entre la multitud de sonidos y colores.


Pero, de forma paralela, ha habido un fuerte cuestionamiento de la escritura como profesión. Las críticas al respecto comenzaron a surgir ya en la década de 1990, con el argumento de que no es necesario ni útil para comprender la sociedad, en lugar de desafiar su existencia continua. Por otro lado, en el mundo académico ha habido un debate similar sobre la utilidad de la enseñanza de la escritura, y todavía existe un fuerte argumento entre enseñar a escribir versus leer y analizar a las grandes figuras de la literatura universal.


A lo largo de su historia, la profesión se ha desarrollado en varios roles y una variedad de actividades diferentes, que incluyen educación, investigación, asesoramiento, publicación, evaluación o capacitación. Sin embargo, siempre ha habido quienes cuestionan su valor y sostienen que la profesión es demasiado complicada de entender o investigar, pero la gran mayoría de estos escépticos provienen de campos ajenos a las artes y ciencias humanísticas. En la mayoría de los casos, no sería demasiado difícil argumentar que una profesión es necesaria y útil para la sociedad, pero quizás el aspecto más importante de este cuestionamiento es si vale la pena entender y apreciar la literatura en sí misma o no.


El conflicto que se presenta durante la medición del valor de la literatura se relaciona, principalmente, con su carencia de sustancia física y su asimilación al mundo del ocio y el entretenimiento. Los escritores profesionales, como novelistas, dramaturgos y poetas, no necesitan una justificación para apreciar la importancia de tales creaciones, pero en el caso de otras personas, la ausencia de materia concreta es más que problemática; a ellos les resulta difícil otorgar a unos resultados intangibles el mismo estatus que goza el trabajo de un cirujano, un abogado o un ingeniero. Por otro lado, se puede argumentar que hay algo que ganar con la expresión literaria, ya que puede ayudar a aprender sobre la naturaleza humana y las relaciones en el mundo, o incluso proporcionar información útil sobre la vida cotidiana de cada época.


La pregunta "¿por qué la literatura significa algo para nosotros?" abre muchas preguntas, pero responderlas no es tarea fácil; una lista de tales razones podría ser interminable y creo que un esfuerzo sincero por responderlas puede valer la pena. No es una pregunta simple y única, y no se va a responder con un "sí o un no", y no importa cuánto se intente separar la pregunta en distintos aspectos, cada uno suele ser el resultado de un proceso complejo y necesita un análisis más profundo para proporcionar explicaciones concretas.


Pero, dado que el valor de la literatura depende en gran medida de su contribución percibida a la sociedad, y esto está supeditado al conocimiento limitado de cada individuo, no existe una respuesta definitiva a la pregunta. Sin embargo, para quienes sustentan su importancia como algo incalculable, el reconocimiento obtenido por los escritores y su obra a lo largo de su vida es —ciertamente una buena recompensa—, pero puede que insuficiente, ya que las obras literarias pasan a formar parte de la memoria colectiva de una sociedad y, como tales, son una ventana hacia el pasado y el futuro.

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