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Impresiones en prosa de un poeta viajero


Linda la luna redonda, los cantos del grillo y la noche tranquila, feo el ladrido furioso de un galgo hambriento amarrado a un poste. Lindo el océano azul, las olas que se rompen contra las rocas y los granos de arena oscurecidos por el agua, feo el olor a pez muerto, la ráfaga helada y la gente ruidosa que corre descalza. Lindos los árboles altos, las copas cobrizas y el tronco rugoso veteado por dentro, feos los higos podridos que me ofrece sin ganas un mozo mal pago. Lindas las piedras del río, el reflejo del sol en el agua y los pétalos rojos de una flor que desconozco; feo el pantano ruinoso rodeado de moscas, animales destrozados y un buitre sin plumas.


Linda la puerta tallada, el pomo de bronce y el banco de mármol. Feos los pisos de tierra, los pasillos estrechos y la escalera de caracol con peldaños faltantes . Lindos los platos de loza, el mantel de puntilla y los vasos de cristal impoluto y brillante. Feo el cuchillo de plata comprado con dinero de fuentes malignas. Lindas las sábanas blancas, las cortinas bordadas y el reloj silencioso. Feo el calor repentino que siento al entrar en el vasto cubículo. Lindo el aspecto imponente que tienen los montes cubiertos de nieve. Feos los cuerpos tumbados al pie de la cumbre con la bandera en la mano.


Lindo el caballo salvaje que corre veloz entre la hierba dorada. Fea la rata mezquina que me roba lo poco que tengo de almuerzo. Lindo el tejado que miro, sentado en un banco, en la plaza desierta. Fea la estatua de cera que empleados descuidados ingresan en el museo. Lindas las lenguas ardientes que queman las ramas de un viejo quebracho. Feos los diarios mojados que cubren el piso de un edificio abandonado. Lindos los trajes de seda que compran las damas para la fiesta de año nuevo. Fea la vieja viciosa que mira con rabia a quienes piden limosna.


Lindo el color azafrán del arroz que me sirven dentro del restaurante. Feo el bullicio de los carruajes que recorren a toda prisa la calle principal. Lindo el arcoiris borroso que veo desde la ventana de mi antigua cabaña. Feas las flores marchitas aplastadas por el granizo que cayó durante la noche. Linda la tapa de un libro que pido prestado a la biblioteca municipal. Fea la letra ilegible del médico que me observa con una mirada aún más agotada que la mía. Lindo el aroma del café que amablemente me regaló alguien cuyo nombre he olvidado. Fea la sonrisa falsa y engreída de la dueña del almacén en donde compro comestibles.


Linda la botella de perfume que exhiben en la vidriera, aunque yo no pueda pagarlo. Feo el humo de los cigarros que fuman los abogados en la puerta del tribunal. Lindas las nubes algodonadas y el cielo nocturno salpicado de estrellas. Feo mi abrigo de lana comido por las polillas que viven en el armario. Lindo mi cuarto ordenado, la cama tendida y la luz apagada. Fea el agua estancada que moja mis botas cuando salgo al jardín. Lindas las hojas del roble salpicadas de rojo cuando llega el otoño. Feos los cuervos malvados que se comen el maíz con mucho esfuerzo plantado.


Linda la brisa matutina que arrastra hasta mis oídos un violín quejumbroso. Fea la mesa torcida, resquebrajada y despintada que tengo en mi cocina. Lindo el manzano que crece a pesar de los vientos allá en la colina. Feas las lluvias que anegan los campos de arroz antes de la cosecha. Lindo el conejo manchado que hizo su madriguera en medio del bosque a mí cercano. Feo el que al ver ese conejo solo ve una bufanda blanca con pintas marrones. Lindos los tonos del cielo cuando el sol por fin duerme y la luna despierta. Feo mi vaso de whisky que bebo despacio al terminar este poema.


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