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¿Alguna vez te has encontrado con uno?


*Esta historia fue escrita por Rivka Galchen y publicada originalmente en inglés, en la revista The New Yorker. Lo que sigue es una traducción al español de dicho relato.

 



Respondí que había sido visitada por tres espíritus.


¿Fueron tres?


El primer fantasma se mostró en la forma de un perro Bernés de montaña. Fue algo como esto. Me estaba quedando en una cabaña con la familia de mi esposo en la época del receso navideño. Este gran perro, quizás de unas doscientas cincuenta libras, vino a la puerta trasera. No ladró —miró a través del panel de vidrio y esperó pacientemente—. Mi suegro, quien, de niño, había compartido hogar con un ciervo y una ardilla voladora, abrió la puerta.


Ese perro gigante de montaña subió los escalones, cruzó la habitación y me saludó empujando ligeramente la cabeza. Escondió su nariz entre sus patas delanteras, para hacerse más bajo que yo. Sacudió su cola gentilmente. Me había elegido. Vino todos los días esa semana, por una hora o dos en la mañana, siguiéndome alrededor de toda la casa y hasta afuera del jardín, también. Yo me llevo bien con los perros, generalmente, pero esto era algo más. Nos amábamos mutuamente. La placa con su nombre decía «Kush». Para el resto de la familia, él simplemente era amable. No sé como explicarlo, pero el espíritu de mi padre estaba en ese perro. Sí, mi padre también había sido enorme, y gentil, pero era más que eso. Mi padre me estaba haciendo una visita. Era extraño, pero también obvio. Esto sucedió cerca de quince años atrás. Cerca de un año, aproximadamente, después del encuentro, parecía que veía perros berneses en ascensores y veredas todo el tiempo, pero, cuando me encontré con Kush, quien era también mi padre, fue el primer perro Bernés que había visto.


¿Dónde estaban todos esos perros ahora? La raza había ganado popularidad, luego, al parecer, se evaporó.


Me topé con el segundo fantasma en una reunión de un club de libros en la Biblioteca Pública Boulder. Yo no vivo en Boulder, solo pasaba por allí, pero había una noticia en el periódico acerca del club de libros, y mi esposo y yo creíamos que sonaba divertido. Era una mejor persona cuando era joven, y más abierta. En el club estaban leyendo «El capote», de Nikolai Gogol. El pobre Akaky Akakievich gasta todos sus ahorros en un nuevo capote; el abrigo es robado, después de una serie de humillaciones, intentando recuperarlo, él muere por la fiebre; hay reportes de su fantasma acechando San Petersburgo, robando las capas de otros.


La multitud estaba dividida dentro el club de lectura. ¿Trataba la historia sobre la burocracia? ¿Sobre la vanidad humana? ¿Folclore? Era una sátira, o una tragedia, etc. Era la discusión habitual. Pero luego un hombre pequeño, delgado, sentando en la esquina, nos regañó por omitir el punto. «Los fantasmas son reales», dijo. La historia era sobre un espíritu real y «ninguno de ustedes entendió eso». Él agregó que sabía que estos eran reales porque durante años había trabajado en un matadero en Broomfield.


Sus comentarios fueron recibidos educadamente, pero él abandonó la reunión frustrado. Habiendo reflexionado, era claro, para mi esposo y para mí, que el hombre de Broomfield era en sí mismo un fantasma. Eso era lo que él estaba tratando de decir.


El último espíritu era una madre que conocí solo un poco, en mi juventud. Su esposo era un trompetista profesional. Yo fui la niñera de sus dos hijos en algunas ocasiones. La última vez que lo hice, estaban tan fuera de control cuando sus padres regresaron a casa que nunca más me volvieron a llamar —lo cual me pareció razonable—. Más tarde, dos cosas muy tristes ocurrieron en esa familia: uno de los niños murió en un accidente automovilístico, y la madre tuvo una convulsión durante la noche y le descubrieron un tumor cerebral. En aquel momento, yo vivía en una ciudad a miles de millas de distancia y no había visto a la familia en años. Pero una noche, más de un año después de enterarme acerca del tumor, tuve un sueño muy vívido con Leona en él —Leona era el nombre de la madre—, nos saludamos y estábamos muy felices de vernos. Realmente felices. Al día siguiente mi propia madre llamó para decirme que Leona había fallecido. Nunca había tenido un sueño con ella antes, y nunca volví a tenerlo.


Le hablé a mi hija sobre los fantasmas porque quería ser honesta con ella. Los espíritus no son reales, ¿pero a la vez, sí lo son? O algo como eso. No sé lo que pretendía comunicarle. Probablemente estaba presumiendo. Dije tres fantasmas. Pero ¿eso no era engañoso? Había pasado tanto tiempo interesada en las almas, muertos, ancestros que nunca conocí, cualquier cosa triste y del pasado —ese mundo se sentía real para mí—. Pero no he visto ni uno solo en más de diez años. Esperen, no, arreglé la cuenta. No había encontrado ninguno en... la cantidad de años era la edad de mi hija. Ahora paso mi tiempo más plenamente entre los vivos. Eso o, el fantasma de estos días soy yo.

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