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Carta desde el futuro




Hola, soy yo. Sí, yo mismo, o más bien, tú mismo. Sé que te resultará difícil de creer pero, dentro de dos meses, por fin lograrás inventar la máquina del tiempo. Por si acaso te lo estás preguntando, no ha habido ningún cataclismo mundial, y el poder político sigue más o menos igual que antes. El motivo por el que decidí escribirte no tiene nada que ver con el típico escenario de las películas, sino con el Sr. Bigotes.


Sí, ese mismo gato negro, con detalles blancos, que parece como si tuviera un traje y zapatos elegantes; que seguramente está durmiendo en tu cama en este mismo momento. ¿Le has dado suficiente agua hoy? ¿Hay comida en su cuenco amarillo? Antes de seguir leyendo, por favor, ve y revisa. Este papel no irá a ninguna parte. Pero él sí. ¿Ya te has fijado? Bien. Ahora, la cuestión principal, aunque sé de antemano que no te alegrará. Yo mismo no supe qué hacer cuando sucedió.


En cuanto a la máquina, no te preocupes, eso saldrá solo, una vez que soluciones el tema de la energía. Lo peor no llegará hasta el último día, el 17 de abril. Esa mañana te levantarás temprano y beberás una taza de café. Sentirás tu cerebro encenderse y llenarse de ideas. Entonces, irás al taller que está en el fondo de la casa, y no saldrás de allí hasta la madrugada del 18. No pararás ni siquiera para comer.


Y entonces ya será tarde. Cuando busques al Sr. Bigotes para alimentarlo, y contarle que la máquina por fin funcionó, te darás cuenta de que no está. Al principio tratarás de actuar con calma, llamándolo por su nombre y pidiéndole perdón por el destrato recibido. Pero al quinto día, empezarás a entrar en pánico, llenarás la ciudad de carteles con su foto y no serás capaz de dormir más de dos horas seguidas. Finalmente, casi seis meses después, te darás por vencido y dejarás de buscarlo; comprarás un gato robot en un vano intento de olvidarlo, y maldecirás la máquina por haberte quitado a tu único amigo.


No te mentiré, la culpa es enteramente tuya. Siempre diste por sentado su compañía, y no te molestaste en ponerle un collar. Sé que tienes ahorros en tu cuenta bancaria, tan pronto como termines de leer, llévalo contigo hasta la veterinaria más cercana y cómprale uno. Aprovecha para pedir que le coloquen un microchip con tus datos de contacto. Solo por si acaso. De ahora en adelante, no lo dejes sin comida por más de cuatro horas, y vigílalo de cerca hasta que termine todo abril.


El día que te mencioné, el 17, mantenlo a la vista mientras haces los experimentos, pero no permitas que entre en la máquina. Aún no la he probado en seres vivos, por lo que podría ser peligroso. Si es posible, consigue una cuerda larga, engánchala a su collar y ata el otro extremo a tu mano izquierda. Te aseguro que serás capaz de trabajar de cualquier modo. Además, pega esta carta —usa el imán del restaurante chino— a la puerta de la heladera; eso te recordará lo que debes hacer.


PD: Es muy importante, ningún robot o planta podrá reemplazarlo. Por favor, no lo olvides. Cuídalo bien de ahora en adelante.

Minutos después de enviar la carta, una figura apareció frente al científico. Esta poseía el brillo típico de las aleaciones metálicas. Sus ojos oblicuos consistían en dos esferas transparentes con luces led en su interior. Movió las extremidades de forma casi natural, pero ello no despertó interés alguno en el dueño. Luego, sorpresivamente, una silueta negra, con salpicaduras blancas en su pelaje, surgió de la nada, como un fantasma. Su peculiar maullido, la mirada verde y astuta, no podía equivocarse. Había tenido éxito. El Sr. Bigotes estaba de regreso.

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