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Cacería



Hierba seca en un día caluroso en África


La hierba azotada por el sol africano se dobla y resquebraja bajo las suaves y rosáceas almohadillas que amortiguan sus pisadas. Cada milímetro de su cuerpo y cada uno de sus innumerables pelos se sumergen sigilosamente entre la dorada vegetación circundante. Como si se dispusiera a tomar un descanso pero con los sentidos en máxima alerta observa y espera durante un breve minuto que, en su condición, semeja horas interminables de horrendas torturas.


Sin disimulo de ninguna clase pero con la elegancia que lo caracteriza arquea su lomo cual puente sobre un ancho océano y comienza a doblar sus extremidades en ritmo frenético. En un fragmento minúsculo de segundo su velocidad aumenta vertiginosamente. Es que sus ojos almendrados, suavemente teñidos de un miel translúcido y finamente delineados con un negro profundo han logrado al fin divisar el tan ansiado alimento.

Entre las líneas quemadas de pasto largo y delgado yace una cría amarronada que se ha separado fatídicamente de quien le diera a luz. En un instante revelador la frágil gacela se da cuenta del inminente ataque de la bestia. En un inútil pero desesperado intento de prolongar su existencia el animal aterrorizado se une a la fatal carrera que solo un momento antes ha comenzado el guepardo. Las patas de ambos se mueven ahora entre la llanura como los rayos de una tormenta ansiosamente anhelada por aquel hábitat salvaje.

Un reducido espacio de tierra sedienta es surcado por los dos animales, al pobre recién nacido le faltan las fuerzas; muy pronto sus extremidades son incapaces de igualar la velocidad del que lo persigue. En una larga y decisiva zancada el felino acorta la distancia que lo separa del ya condenado antílope, dándole fin a la persecución a pocos segundos de haber comenzado. En una única y certera maniobra derriba a su presa sin que aparezca algún compasivo ser que la libre de tan trágico final.

La mandíbula firme con colmillos puntiagudos en su interior no tarda en cerrarse alrededor de la pequeña garganta de la víctima. La respiración se corta en un instante. La vida, apenas disfrutada, se aleja presurosa del cuerpo inerte que cae sobre la llanura. El cadáver fresco es arrastrado cautelosamente hasta la oscura cueva en donde los tiernos cachorros peludos esperan que su madre les traiga algo de carne.

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