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Esferas



Miró para todos lados antes de cruzar. Cuando finalmente pisó el césped se sintió satisfecha. Por primera vez había ido sola hasta la plaza principal. Pero allí no había nadie; casi todos estaban en el festival y el resto probablemente dormía. Después de mucha reflexión decidió que prefería contar los bancos de madera que ir a los juegos. Al principio le pareció divertido, pero al terminar se sintió disgustada. Entonces recordó que en una esquina solían vender golosinas cada tarde. Indecisa, dio un par de vueltas alrededor de los árboles antes de aparecer frente a un pequeño kiosco rodante. Para su decepción, no había quién la atendiera. Aun así, un racimo de globos coloridos parecía llamarla por su mismísimo nombre. Con un poco de vergüenza —aunque sabía que nadie la miraba— se aproximó hasta ellos. Tras un breve forcejeo consiguió atrapar todos los hilos colgantes. Sin embargo su alegría se esfumó rápidamente, ya que una mano helada e invisible arrancó de su puño las delgadas cuerdas y esparció a los cuatro vientos el conjunto de colores. Entonces arregló su cabello con las manos, se restregó los ojos vidriosos y salió corriendo hacia donde esperaba encontrar a la multitud.



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