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Ignorancia tortuosa





Escribió aquella palabra en el cuaderno, tomó la goma y borró lo escrito. Tomó el lápiz, escribió lo mismo que había borrado; repitió las mismas acciones una y otra vez, intercalando renglones para no romper la hoja. Cuando terminó de marcar la última letra por milésima vez dejó caer el lápiz. Agotado, resistió el impulso de deshacer lo hecho y se quedó mirando la hoja sin entender lo que veía.


Había oído muchas veces esa palabra, tanto de amigos como de desconocidos. La había escuchado en lugares tan distintos como la escuela y el cementerio. La había leído y escrito en múltiples ocasiones pero, a pesar de ello, desconocía su significado.


Sus ojos cansados repasaron lentamente cada una de las letras pero, sin importar el esfuerzo, su brillante mente era incapaz de comprender. Cerró los ojos esperando que desapareciera pero cuando los abrió aún seguía allí. Volvió a hacerlo innumerables veces.


Apartó la vista con desesperación y miró nuevamente unos segundos después. Aquel conjunto de símbolos que tantas veces había reproducido ahora lo atormentaba incesantemente.


Pasó sus manos sobre el papel en un intento por asegurarse de que este era real y no una ilusión intangible creada por su cerebro. Tomó el lápiz entre los dedos temblorosos y volvió a escribir cada letra sobre la línea gris. Escribió una, luego otra y otra más.


Inspiró profundamente tratando de juntar todas las fuerzas que todavía tenía para reescribir la última letra. Después de un instante eterno de duda completó la palabra con el signo faltante.


Casi sin aliento miró lo que acababa de escribir y, acto seguido, deletreó con voz débil, como quien cuenta un secreto: A-M-O-R. Y cerró los ojos por última vez.

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