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La ceremonia





Sen no Rikyu era un famoso maestro del té; por otro lado, Toyotomi Hideyoshi era un señor de la guerra, muy importante en la historia de Japón. Ambos vivieron en el siglo XVI, sin embargo, su forma de pensar era bastante diferente. El primero de ellos, Rikyu, podría ser considerado como una persona más bien espiritual, que creía en las cosas simples y naturales. Por eso, cuando realizaba la ceremonia del té, por ejemplo, él escogía cuidadosamente las tazas y demás elementos; los cuales eran hermosos, desde ya, pero a la vez, también bastantes sencillos.


Entonces, un día como cualquier otro, Hideyoshi estaba cabalgando cerca de la casa de Rikyu cuando, de repente, se dio cuenta de que el jardín estaba lleno de flores color púrpura, también conocidas como Gloria de la mañana. Y como aquel paisaje poseía una gran belleza, el señor de la guerra se detuvo por un momento, y dirigiéndose a Rikyu, le pidió a este que prepara una ceremonia para el día siguiente. Ante esta situación, el maestro del té aceptó la propuesta, aunque lo hizo sin estar realmente convencido de que aquello fuera una buena idea.


Después de todo, los dos hombres eran personas completamente distintas; uno inclinado a la reflexión y la quietud, mientras que el otro era un fuerte soldado, colmado de bienes, y acostumbrado a luchar durante toda su vida. Y debido precisamente a estas mismas circunstancias, es que el maestro Rikyu no tenía realmente muchas opciones, debiendo así aceptar el pedido de Toyotomi Hideyoshi.


Sin embargo, el día concertado, cuando el guerrero se acercó hasta la casa del té —lugar en el que la ceremonia iba a realizarse—, él pudo ver que Sen no Rikyu había cortado deliberadamente todas las flores que antes había en el jardín. Ni siquiera una se había salvado. En este punto, Hideyoshi estaba furioso. El único propósito por el que había acordado el encuentro se había desvanecido por completo. O, mejor dicho, había quedado destrozado por la manos de Rikyu. Aquello le resultaba incomprensible. ¡Insoportable!


De modo que el valiente soldado se precipitó dentro de la casa con el ánimo muy alterado, pero cuando finalmente estuvo dentro, el maestro lo estaba esperando en un estado de completa serenidad y silencio. Y allí, justo detrás de la tranquila figura de Rikyu, se encontraba una única maceta del color de la tierra; en su interior, una absolutamente perfecta flor iluminaba todo el recinto. Al verla, Hideyoshi comprendió el propósito por el que Rikyu se había deshecho de todas las demás.

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