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Operación Babilonia IV


23 de enero, 2020


Tuve que apagar la radio en la que, como una paradoja, estaban transmitiendo la lectura de un libro.


Hoy hace todavía más calor que ayer, y el sol de las dos de la tarde es implacable; sin embargo, algunos vecinos hablan fuerte en la casa de enfrente, y escuchan música. Me voy a la habitación, puede que desde ahí no los oiga. Después de mover la computadora traigo el libro y el celular. Aunque sé que nadie va a llamarme, me gusta tenerlo cerca.

Ayer me quedé en la página 49.


La pieza es oscura, tuve que prender la luz para poder leer con comodidad. Ahora un foco viejo ilumina el cuarto con una luz casi anaranjada. Vuelvo a leer el último párrafo del capítulo dos, para situarme en los acontecimientos más recientes.


«—Hola, Shlomo —me gritó uno de mis compañeros kibutznics que acertó a pasar por ahí—, ¿estás de vacaciones?

—No —le dije sin levantar la vista—, me retiré. Todo lo que hacen allá es hablar. Por lo menos aquí puedo emplear el día trabajando honradamente».


Mantengo el libro abierto de par de par, sosteniéndolo y revisándolo a la vez, mientras intento transcribir los pasajes que considero más impactantes o interesantes. En su interior, los acontecimientos fluyen a su propio ritmo, marcado por las injusticias de la Segunda Guerra Mundial, la insatisfacción de las distintas sociedades y el constante temor a la muerte, solo superado por el intenso deseo de vivir.


«Se me informó, por último, que los pilotos recibieron instrucciones en el sentido de que el jefe "indisputable" de la operación era yo y, por lo tanto, el único responsable en la determinación de todos los detalles, salvo las cuestiones técnicas relativas a la seguridad del avión y los pasajeros».


pogrom


Hace mucho calor, me duele el cuello y tengo sed. Dejo la lectura en la página 56.

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