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Operación Babilonia V


24 de enero, 2020


La casa está vacía, las puertas están cerradas pero las ventanas no. Hay poco viento, el ventilador de techo está prendido. Estoy sentada en un sofá de madera de algarrobo, a punto de retomar el capítulo tres. Pasan varios vehículos seguidos, y una paloma se oye a la distancia.


«Enseguida Wessenberg regresó en compañía de dos sargentos británicos que llevaban el fusil encadenado al cuerpo para evitar que se los arrebataran (como por entonces solía ser bastante corriente)».


Mientras leo pasa un auto a poca velocidad, y percibo el sonido de una máquina para cortar metales o soldar en funcionamiento, así como también golpes de martillo y hasta un gallo fuera de horario. Hoy no hay nubes, el calor es agobiante y mantiene a todos cerca de las bebidas, los helados y las piletas. Acabo de ver un auto blanco seguido de dos motocicletas. Arranco un nuevo párrafo y su situación es similar a la mía.


«Era pleno verano y el río Tigris, que atraviesa la ciudad, estaba notablemente bajo; una serie de islotes cubiertos de densa vegetación sobresalían de sus perezosas aguas color pardo mate, en sí una vista poco atractiva».


Quisiera estar cerca de un río.


Una camioneta pequeña, de color gris oscuro, pasa por la calle; sus ocupantes escuchan música a un alto volumen. No sé como el chofer puede concentrarse.


El deseo del protagonista de sorprender a los dueños de la casa que está visitando le salva de ser descubierto por una familia iraquí que se acaba de mudar a la vivienda de sus viejos amigos.


Un vendedor ambulante golpea la puerta de la casa de al lado. Nadie contesta. Se va un momento después.


«Estaban bastante familiarizados con la etiqueta de la clandestinidad, la consigna de no hacer preguntas».

sambousag


Cierro el libro en la página 62, aunque espero poder seguir leyendo más tarde.


Después de mirar una película me dan ganas de agarrar el libro. La tarde parece igual que hace unas horas, aunque son cerca de las siete todavía brilla el sol. Quiero terminar el capítulo.


«Por mi parte, no dejé de comunicarles mis propias dudas sobre el plan de descender en el desierto, recoger a los pasajeros y volar a Palestina, todo en el mayor secreto y perfectamente coordinado».


El arriesgado plan para transportar a los inmigrantes suena como una locura incluso para quien narra los sucesos, por lo que no es de sorprender que solo se atreva a escribir esto muchos años después de haberlo experimentado.


Mi meta de lectura se ve obstaculizada por la música alta que escuchan los vecinos y el ladrido de los perros. Un vehículo intenta arrancar cerca de la puerta de mi casa, lo logra después de varios intentos y un ronquido del motor. La luz solar ya no es suficiente para poder leer, me veo obligada a recurrir a la electricidad, consistente en un solo foco tipo led, redondo y blanco, pegado al ventilador y un foco similar cuya vida útil ha llegado a su fin.

«Para hacer menos larga la espera, me "entretuve" examinando sus efectos personales: pasaportes, carteras, libretas de cheques y cualquier otra cosa que pude encontrar sobre o debajo de las camas, en los bolsillos de los pantalones o en las valijas abiertas (...)»


Creo que eso es todo por hoy.

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